Rutina

Al comenzar cada día se levantaba de su cama, cocinaba y comía su desayuno y también preparaba el de sus padres, ya jubilados.

Era un hombre de casi treinta años. Iba al trabajo y trabajaba arduamente hasta que se hacía la tarde y salía de allí.

            Llegaba a casa agotado casi a las seis de la tarde, exceptuando los domingos, y así era su rutina sin poder describir o resaltar algún punto realmente interesantes. Así era su vida, hasta que un día se le ocurrió una idea que podría cambiar eso y estaba a punto de implementarla después de llegar del trabajo.

Exhausto, pero alegre pues sabía lo que haría aunque no lo que podría llegar a suceder si lo hacía. Tocó la puerta de entrada de su hogar y estuvo seguro: algo tenía que cambiar. Entonces inhaló aire, lo mantuvo… estaba parado fuera de su casa, cercano a la calle y rodeado de hogares vecinos. Soltó el aire que contenía, volvió a respirar y gritó:

La mujer que calculaba

– ¡¿Cuánto es dos más dos?!

Sabía que tal vez el primer día no tendría éxito; pero hizo lo que había planeado y se sintió orgulloso de ello. Aunque no haya habido respuesta inmediata de algún transeúnte o vecino que lo haya oído se sintió feliz. Entró rápidamente a su hogar y se encerró. Así terminó ese día… con un cambio.

           

Él no se detuvo allí: “Si empiezas algo, termínalo”, pensó. Entonces continuó ese día y en el siguiente: segundo, tercero, cuarto día… una semana, dos semanas… al llegar del trabajo a su casa gritaba a la calle “¿Cuánto es dos más dos?” . Supo que varios de los vecinos ya se habían quejado de él; pero ¿qué lo iba a detener? ¿unos idiotas? “¡NO, Jamás!”

¿Rendirse?

            No se rendiría por una queja de unos cualquiera que no influían en su vida ¿Quiénes eran? ¿Los conocía? No. Todavía confiaba en que si seguía encontraría algo al final y entonces siguió gritando todos los días esa pregunta.

            Vivía en un pueblo no muy lejos de la ciudad, donde trabajaba. Aunque en el pueblo casi todos se conocían, a él lo ignoraban. Incluso los niños que parecían agradables y jugaban con sus amigos por la zona, se alejaban de él en cuanto lo veían.

Se habían cumplido tres meses y él aún lo hacía. Estaba llegando a casa un poco más tarde de lo usual, más cansado, más deprimido, como un ebrio que lo perdió todo apostando, pero estaba así porque había pasado todo ese tiempo y aún nadie le contestaba… Ya estaba cansado, ya estaba a punto de rendirse.

Último día…

           Volvía del trabajo casi durmiéndose en el autobús que lo llevaba a su hogar. Solo pensaba en lo monótono que volverían a ser sus días de nuevo… ese día se cumplían tres meses y doce días desde que había empezado a gritar afuera de su casa esa pregunta y pensó que ya era hora de terminarlo.

            Se bajó del autobús casi tambaleándose y caminó arrastrando sus zapatos hacia la puerta de entrada de su casa. Se detuvo un momento, miró hacia su alrededor, no había nadie ni nada que pudiera detenerlo… como los demás días, pero hoy se sentía extrañamente más pesada esa sensación al ver que no había nadie en la calle, se sintió intranquilo… respiró…

– Hoy será el último día… – murmuró.

Raíz cuadrada…

  Tragó saliva y preguntó en voz alta, porque de tanto hacerlo se había cansado de gritar.

– ¿Cuánto es dos más dos?

– ¡CUATROOO!

  Se sorprendió mucho. ¡Alguien le había contestado!. Y preguntó de nuevo, alegre:

– ¡¿Cuánto es cuatro más cuatro?!

– ¡OCHO!

            ¡Respondió otra vez! Entonces empezó a correr, siguiendo la voz que le había contestado preguntó de nuevo.

  • ¡¿Cuánto es siete por siete?!
  • ¡CUARENTA Y NUEVE!

            Soltó el bolso con sus pertenencias y siguió corriendo hacia el origen de la voz, estaba verdaderamente feliz, hasta sentía lágrimas brotar de sus cansados ojos.

– ¡¿Cuál es la raíz cuadrada de 16?! – Dijo él.

– …

            No dijo nada la otra voz, un segundo pasó, dos segundos… cuatro… once.

– ¡ES CUATRO! – Dijo la voz que se oía menos distante, pero aún en la lejanía.

Él comenzó a reír: una carcajada que era imposible que no oyera la otra parte. Preguntó no mucho después:

– ¡¿Usaste una calculadora?! –

            La otra parte no respondió de inmediato, pero tardó menos que en su respuesta anterior.

– ¡Perdón, sí!

– ¡No hay problema! – Le respondió él rápidamente.

            No hubo más intercambio por más de veinte segundos y él ya se sentía verdaderamente satisfecho porque alguien le hubiese contestado. Se sentía renovado aunque no hubiese aún encontrado a quien le respondía.

-¡OYEEE!

Se escuchó a lo lejos la misma voz. Él no lo había notado al principio por la emoción y el cansancio, pero la voz le pertenecía a una mujer.

La mujer que calculaba
  • ¡Dime! – Respondió.
  • ¡¿Nos vemos mañana?!

Él dudó, pero recordó el por qué empezó todo esto. Entonces dijo:

– ¡Por supuesto que sí!

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Otro cuento del autor: Shoot-up: Shh… son las 3 en punto

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